Avanti a Lui

Notas
Magnus Martha

Festival Barenboim de música y reflexión

West Eastern Divan Orchestra

Dirección: Daniel Barenboim

Jörg Widmann: Con brío

Franz Liszt: Concierto para piano y orquesta Nº 1 en mi bemol mayor

Martha Argerich, piano

Richard Wagner: Obertura de la ópera Tannhäuser

Amanecer y viaje de Sigfrido por el Rin y Marcha fúnebre de la ópera El ocaso de los dioses

Obertura de la ópera Los maestros cantores de Núremberg

Teatro Colón, Función fuera de abono, 20.00


La presencia de Martha Argerich, en cualquier escenario de mundo es un hecho por demás trascendente, tener la suerte de poderla escuchar en el Teatro Colón, es una de las mayores satisfacciones que se le pueda presentar a cualquier melómano del mundo, si a esto le agregamos que interpretó el Concierto Nº 1 de Liszt, el placer se torna infinito.

Obra de un virtuoso (Liszt supo tener en vida uno de los primeros antecedentes de clubs de fans en el mundo; el término Lisztomanía creado por el escritor Heinrich Heine describe la devoción de los seguidores de Liszt y sus actuaciones) este concierto es el más popular, radiante, y admirable de su producción para piano y orquesta.

Son de destacar el dueto entre el clarinete y el piano en el primer movimiento, el arranque con los violonchelos y contrabajos en el segundo, y con el triángulo y un cuarteto de cuerdas en el tercero. La bravura de Liszt se hace más evidente en el final de la obra con octavas cromáticas descendentes. Para terminar la orquesta ejecuta las dos últimas notas, poniendo en evidencia la importancia otorgada a ésta en sí misma y no sólo como un acompañamiento del piano.

Estrenado en Weimar en 1855, con el propio Liszt como solista y la dirección de Hector Berlioz, este maravilloso concierto en las manos de Argerich: se transforma, se agranda, se potencia, hasta crear una sensación hipnótica y un deseo incontrolable de prolongación más allá del tiempo. La forma en que acaricia el teclado, como queriendo no tocarlo, como si un magnetismo emergente de sus dedos hiciese vibrar la cuerdas, transforma en mágica su ejecución.

Dueña de una técnica incomparable y un conocimiento cabal de la obra, no se puede decir otra cosa que no sea maravillosa, perfecta, es imposible imaginar que los artilugios y dificultades planteadas por Liszt, puedan encontrar una intérprete de mayor envergadura, autoridad y solvencia.

Daniel Barenboim, el gran pianista, director de orquestas y filántropo, dirigió con maestría la West-East Divan Orchestra, el organismo sinfónico creado por él, junto al escritor estadounidense de origen palestino Edward Said.

La correcta orquesta formada mayormente por jóvenes israelíes y palestinos, cumplió satisfactoriamente con su cometido, sin estar a la altura de otras orquestas por él dirigidas.


 

Vuelta al Paraíso

Los elevadísimos precios de las entradas, sumado al interés por escuchar a Martha Argerich, me hicieron volver a los pagos de mi juventud, el Paraíso del Teatro Colón.

Favorecido por el avance de la tecnología, pude sortear las angustiosas colas de antaño frente a la Boletería de la calle Tucumán, y comprar la entada a través de Internet. Recuerdo que era comentario con mis amigos de la cola, que gastaríamos más en pasaje de colectivo, que en entradas.

Y fue así como vimos a la Filarmónica de Viena, Filadelfia, Nueva York, Berlín, Londres, Israel, París, los más grandes intérpretes de ópera y directores de orquesta del mundo, sin dejar de contar con los maravillosos cuerpos estables que supo tener el Teatro en su época de esplendor.

Pues bien ahora las cosas han cambiado, la entrada que compré, la más barata por cierto, me costó $160.-, que por el momento y espero que por mucho tiempo, puedo costeármela, pero que habría sido de mí y mis entrañables amigos, si esto hubiese pasado cuarenta años atrás, cuantas menos funciones habríamos visto, porque cuando nosotros éramos estudiantes, nuestros efímeros ingresos no nos habrían permitido costearnos cuatro o cinco entradas por semana. ¿Habrá hoy en día quien pueda hacerlo?, o ¿seré el último eslabón de la cadena de los fanáticos del Teatro?

Llegué al Teatro 19.35, y las puertas a pesar del aborrecible clima aún estaban cerradas, fui a la boletería, y oh sorpresa dos colas salían de ésta, una larguísima hacia la calle Viamonte, y otra muy breve hacia la calle Tucumán, por razones de natural inteligencia (y modestia), me coloque en la más corta, que cuando llegué había desaparecido porque al único que estaba en ésta, lo mandaron a la otra. Emulando la velocidad y eficacia de boletero del Met neoyorquino, el local, tomó mi reserva, me dijo marcialmente: firma y aclaración, y me dio mi entada; antes de irme y aún sorprendido por la inusual eficacia, pregunté para que era la otra cola, que a esta altura, ya salía a la calle Viamonte, y me dijeron: Para los invitados, ahhhhhhh!!!, expresé y me fui silbando bajito hacia la puerta de Tucumán.

En el momento de llegar se abrieron las puertas y comenzaron a entrar las personas del público, pocos instantes después una voz anunció: La cola es para el ascensor, los de la escalera pueden pasar directo. Así fue que haciendo caso omiso a los más de treinta años y treinta kilos que me separaban de mi ascensión anterior, comencé la subida asido firmemente de la baranda, escalón por escalón llevé mis 105 kilos hasta Galería, etapa previa a Paraíso.

Grande fue mi sorpresa cuando al dirigirme al Guardarropas para dejar mi sobretodo, veo que éste había desaparecido. En un primer momento pensé que estaría en otro lugar, pero una de las acomodadoras, me sacó inmediatamente de la duda. Efectivamente, estaba en otro lugar, pero en Tertulia, o sea un piso más abajo. Lógico es pensar que quien hizo la modificación debió haber pensado, que una sofisticación como un guardarropa no era propia para el público de las alturas. Entonces emprendí el camino de descenso, donde encontré el guardarropa de las ubicaciones pares, que en este caso si estaba, pero sin nadie adentro, por lo cual continué mi camino hacia el lado impar, hasta encontrar el guardarropa habitado. Cabe destacar que desde que salí de Galería hasta llegar al guardarropa, lo hice lidiando con el público que por razones naturales iba en sentido contrario al mío.

Ahora si, como el pez en la corriente, le gente me acompañó hasta Galería y luego a Paraíso.

Debo confesar que luego de llegar a Paraíso y esperar un tiempo para recuperar el aliento, el ritmo cardíaco y otras constantes médicas, mi primera impresión fue de satisfacción, ya que había visto que el piso tenía una alfombra, tantas veces deseada por mí, para amortiguar los pasos de aquellos que no conciben escuchar la música quietos en un lugar y deambulan constantemente haciendo y deshaciendo la herradura del Teatro.

Naturalmente y como era de prever, mi satisfacción duró poco, parte del angosto lugar que tiene la gente para ubicarse estaba ocupado por un par de inmensas luminarias, cuya utilidad desconozco y creo que deben tener poca justificación, ya que en más de cien años no fueron necesarias.

Con el anhelo de encontrar un lugar para sentarme, ya que no juzgaba necesario ver la cara de los intérpretes, me desplace hacia la zona de los localidades impares y me senté a la altura de las salidas laterales de la platea pero siete siete pisos más arriba.

Me senté sobre el programa, descartando la probabilidad de leerlo (en la platea donde luz es mucho más intensa, me cuesta, en la semi penumbra de este sector lo consideré imposible de antemano), alguien debería explicarle a los diseñadores gráficos que el contraste del papel blanco con letras negras ha sido por centurias la mejor forma de leer un texto.

Sentado ya, y compenetrándome para escuchar el concierto, veo que a la altura de los palcos altos hay un par de reflectores azules orientados hacia arriba. Seguramente algún cerebro que nunca vio la cúpula del Teatro debió pensar que su sentido de la estética era mejor que el de Raúl Soldi y que ésta necesitaba ser iluminada de azul para aumentar su belleza. En aras de no seguirme haciendo problemas, con el sofocante calor ya era suficiente, me corrí ligeramente hacia la derecha, usando a una pareja fornida como biombo entre mis ojos y los reflectores.

Luego de la obra de Jörg Widmann, se produjo el tan anhelado milagro Martha Argerich estaba en el piano, y el Paraíso se hizo realidad.

Víctor Fernández

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